Agosto III: San Bartolo


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De nuevo «Agosto» en el banquillo, pero en este caso no en el de los acusados, más bien en el de los reporteros. Agosto I fue dedicado al verano, a la cosecha en primer lugar y a la patata en segundo, los dos pilares de la subsistencia del pueblo, de mi pueblo, allá por la década de los 50. Agosto II se centró en las festividades de Nuestra Señora y de San Roque (15 y 16 de agosto respectivamente) y de cómo marcaban el ser de los chiguitos en la primera mitad del mes, centrados fundamentalmente en los cuqueros. A Agosto III le corresponde cerrar el mes con la fiesta del pueblo: San Bartolo.

San Bartolo era tan familiar para nosotros que así le llamábamos y no era falta de respeto (en todos los documentos oficiales, desde los evangelios, aparece siempre con su nombre completo, original: San Bartolomé), más bien implicaba cercanía, relación amical, era uno de los nuestros.

Dejadas a la vera del camino seco del verano las primeras ilusiones infantiles del mismo, es decir, Ntra. Sra. y San Roque, los chiguitos retomábamos las tareas veraniegas viendo con regocijo y placer que nos acercábamos al final de las mismas, un final que centraba en San Bartolo y San Bartolillo el éxtasis que cada año mostraba su eclosión el día 24 del mes. San Bartolo estaba a la vuelta de la esquina y San Bartolillo le seguía de cerca.

La víspera, por la tarde, (tras guardar en la caseta los aperos veraniegos y barrer la era) se convertía en fiesta y los chiguitos empezábamos a sumergirnos en el arrebato festivo con los comentarios de los mayores que nos hacían mirar en dirección a las matas de Revilla, límite del pueblo por la carretera a Herrera de Pisuerga, por donde debía aparecer San Bartolo, punto obligado de ingreso del santo al pueblo. Parece que nunca nadie le vio entrar, pero ningún año faltó a la cita, siempre puntual, con buen y mal tiempo, con sol, con viento, con lluvia; nunca hubo elemento alguno que dificultara o impidiera su arribo, arribo acompañado por los dulzaineros, quienes hacían el primer pasacalle.

Los dulzaineros (con acordeón, trompeta, dulzaina y tamboril) constituían un elemento de relevancia en la fiesta, pues ya la víspera hacían el primer pasacalle tocando, claro (los chiguitos les seguíamos de cerca); al día siguiente acompañaban la procesión; hacían posible el baile, en la pradera de abajo por la mañana, en la de arriba por la tarde, y la verbena, por la noche, en la plaza, llegando su momento culminante en la misa mayor, el día 24, ya que en la consagración entonaban el himno nacional de España: fe y patria en éxtasis colectivo.

La procesión, junto con la religiosidad de la misa solemne, daba prestancia a la mañana. Durante todo el recorrido, por las calles Mayor y Del Río, los dulzaineros, con su música, marcaban el paso; las campanas, volteadas por los mozos, no dejaban de repiquetear en momento alguno; y los cohetes, lanzados intermitentemente durante todo el recorrido nos recordaban que de verdad, en pleno verano, estábamos de fiesta, celebrando la fiesta del pueblo, que ya era el día de San Bartolo. Después de la procesión los chiguitos nos dedicábamos a buscar las cañas de los cohetes.

Nuestra actividad, la de los chiguitos, se centraba en deambular por el pueblo, principalmente alrededor de los cuqueros (generalmente cinco o seis puestos), para ver lo que exponían y qué podíamos comprar con el presupuesto que teníamos a disposición, que en algún caso podía ser de un duro (cinco pesetas) y algo más, presupuesto al que se agregaban una o dos pesetas de algún generoso tío. Con este capital ya estábamos en condiciones de afrontar las fiestas con garantía, capital que invariablemente terminaba en los cuqueros, puestos en los que nos aprovisionábamos de algún pirulí, algún juguetito, unos cohetecillos con los que, prendidos y atados a una cuerda, nos movíamos por el baile ocasionando más de un desaguisado en las medias de las chicas, unos pedorretes que, raspados contra el cemento o chancados con una piedra, chisporroteaban saltarines entre la gente y mucho mejor si de chicas se trataba, bombitas que, tiradas con fuerza contra el suelo hacían su ruidito y daban su consiguiente susto, y alguna otra cosita. También las carabinas tenían su clientela.

Para la fiesta también «aterrizaban» en el pueblo bastantes pobres de zonas aledañas, pobres que, por lista, lista que tenía el alcalde, eran asignados a los vecinos para que pudieran contar con comida y un lugar donde pasar la noche (generalmente en la cuadra o en el pajar). Estos pobres sufrían con cierto estoicismo nuestras burlas, aunque siempre había alguno que no aguantaba pulgas y trataba de agarrarnos para darnos unos sopapos, pero, por suerte, nosotros nos escabullíamos bastante bien.

Durante estos días a la casa solo íbamos a comer. Si había varios invitados (algunos parientes de los pueblos vecinos) los chiguitos comíamos en la cocina y los grandes en el comedor, pieza que casi no usábamos durante el año. El desayuno no tenía ninguna connotación especial. La comida iba precedida de entremeses varios, entre los que se encontraban los espárragos (si es que mi tío Dictinio, fraile agustino, estaba de vacaciones en el pueblo), un consomé con yema de huevo y ensaladilla, entre otros; el plato fuerte consistía en un abundante guisado de carne (conejo, oveja, carnero, cerdo…), pollo y pescado; en el postre contábamos con flan, naviscos, arroz con leche, una bandeja a rebosar de variadas galletas y nunca faltaban las uvas (en la mesa se ponía una taza con agua para lavarlas antes de comerlas); y se cerraba el «ágape», para los hombres, con café, copa y puro, y para las mujeres, creo que con la fregadera de los cacharros de la comida. La cena repetía algún sobrante de la comida y solía añadirse pescado rebozado o conejo guisado, y siempre (esto en todo el pueblo) había frejoles verdes. Ni que decir tiene que los chiguitos nos centrábamos en los postres.

Un acontecimiento al que asistía el pueblo en pleno era al partido de fútbol, partido seguido con nervios y pasión. Mi madre, junto con la tía Aurelia, era fanática a rabiar, animaba y gritaba sin darse tregua. Si ganaba el equipo del pueblo, en especial si era a Buenavista, mi madre invitaba la mejor merienda que podía ofrecer a unos parientes de este pueblo y rebosando entusiasmo repetía mientras les servía: «Con qué gusto les he preparado esta merienda. Estoy muy orgullosa de mi equipo. Qué alegría más grande me han dado estos chicos».

El cierre de fiestas era apoteósico. Tras la verbena se daba paso a los fuegos artificiales. El pueblo a tope se encontraba en la plaza, esperando disfrutar del espectáculo, un espectáculo que nunca tenía pierde. Aún recuerdo, con nostalgia de niño, de niño de cinco o seis años,el año que me perdí los fuegos artificiales (aunque sí escuché el trompeteo de los cohetes) por un fuerte dolor de dientes que me obligó a quedarme en casa, en la cama, mientras todos se fueron a la plaza. Los fuegos artificiales se «plantaban» en la plaza. Quien dirigía el espectáculo prendía uno de los fuegos y hasta que no se consumía en su totalidad no se prendía el siguiente. Con frecuencia alguno de los pobres se ponía debajo de uno de los fuegos y daba vueltas alrededor del poste en el que estaban colocados, con el consiguiente griterío de las mujeres y la alegría de los chiguitos por ver en qué terminaba todo, como esperando que el pobre fuera alcanzado por el fuego. Nunca le pasó nada a nadie. Antes de la traca final, mientras el último fuego iba expirando, se iba desarollando, desde una de las ventanas del ayuntamiento, una estampa gigante (tendría como metro y medio de altura) en la que estaba impresa la imagen de San Bartolo. Los aplausos y gritos de satisfacción atronaban la plaza y este era el momento en que la traca anunciaba a todos los vientos que las fiestas estaban llegando a su fin: San Bartolo se iba por la cuesta de Oteros y no volvería hasta el año siguiente, la víspera del día 24, por las matas de Revilla. Hora de ir a la cama. El 26 se retomaba el verano, la era de nuevo.

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Notas al pie:

# Cuquero. Si bien en el DLE esta palabra hace referencia a cuco, astuto, el significado conocido por notros viene aparece en el Nuevo Diario Palentino en los siguientes términos: «vendedor de pipas, caramelos, etc. o cosas para los niños».

# Desaguisado: 2.nombre masculino. Agravio, acción que va contra la ley, la razón o el orden (DEL).


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