–Ponte la casaca.
Silencio. La respuesta, gestual, viene dada por un movimiento de cabeza de izquierda a derecha y viceversa. Ante esta negativa, la mujer (madre, abuela u otra) le da un coscorrón al chico (niño de siete u ocho años con un polo de manga corta y una casaca de colegio al hombro).
–Yo no sé en qué van a terminar ustedes dos.
La mujer no duda en vislumbrar un futuro (¿oscuro?) a las dos criaturas que la acompañan; tras ella iba otro chico, como dos años mayor, más o menos, que el que abría camino, en las mismas condiciones del chico menor, es decir, en polo de manga corta y con la casaca del colegio al hombro.
Este diálogo, oral y gestual, lo escuché, y presencié el hecho, en la cuadra 5 de la calle ex-Clement, Pueblo Libre, Lima, Perú, el día 20 de julio, viernes, en torno a las dos de la tarde, un día tranquilo, sosegado, sin sol a la vista y viento en reposo.
–María, ponte una chompa, está haciendo frío.
–No tengo frío. –María no acepta la indicación.
–Pero sí hace frío. Yo sé lo que te digo. Ponte la chompa.
María, de mala gana, se pone la chompa. Madre e hija van al mercado a hacer las compras de la semana.
–Muchacho, abrígate. ¿Acaso no sabes que estamos bajo cero?
Este muchacho, en polo de manga corta, al que conozco y con quien yo estaba, aunque yo bien abrigado, había salido de Ikea, a las afueras de Valladolid, a esperar el autobús, en una zona descampada, a las 9 de la noche, una noche fría, con un viento ligero, pero bastante fresco, cuando el otoño tocaba a su fin. No había persona que pasara a su lado, joven o adulto, que no le mirara con cierta extrañeza y comentara: Qué locura de muchacho. Él les miraba, sonreía y yo asentía con un leve movimiento de cabeza.
Este tipo de intervenciones se da en todo lugar y a toda hora, pero sin lugar a dudas es en el hogar, principalmente a la hora de salir a la calle, donde más se insiste en la forma en que un chico debe vestirse para afrontar el frío o el calor, al margen de quien informa y propala en los noticieros el estado del tiempo, información avalada por quienes trabajan en el ámbito meteorológico, lo cual debe servir como guía para salir a la calle. Lógicamente, esta información meteorológica nunca podrá imponerse al sentir de los padres, pues estos cuentan con probada experiencia meteorológica para tomar decisiones sobre qué ponerse o no, más cuando sienten frío que cuando sienten calor.
Tenemos que reconocerlo, qué padre o madre no ha dicho (o hemos dicho) al hijo, en alguna ocasión (y más que alguna) que se abrigue, que hace frío y el resfrío está a la puerta de la casa atento a caer sobre el hijo, hijo que quiere tener autonomía para sentir el frío a su manera, para sentir que es él el que tiene frío o calor, frío o calor que los padres no sienten igual. Cada uno con su frío. Pero ante la autoridad paterna es difícil presentar argumentos sólidos. Ellos saben muy bien lo que es bueno o malo y si el frío es gélido, polar, helado, suave, seco, húmedo, agresivo, templado, pegajoso, cálido, u otro cualquier adjetivo que pueda agregarse con solvencia para elegir la ropa adecuada. No interesa tanto la estación en que nos encontremos, lo que verdaderamente interesa es cómo los padres han afrontado y afrontan el frío.
Ante esta seguridad de los padres o familiares respecto al clima, el SENAMHI se convierte en un ente inútil. Puede que a alguien le interese (¿al campesino?) pero en la casa son los padres quienes, al margen también de lo que diga el termómetro expuesto a la entrada de la casa, los que dictaminan el nivel y alcance del frío, por algo son los que llevan adelante el hogar. Para eso, entre otras cosas, son los padres.
A partir de ahora, los padres son los llamados a informar del tiempo. El SENAMHI debe cambiar de rubro, debe buscar temas en los que no pueda interferir en la convivencia familiar.