Cigüeña en el nido del pueblo – junio 2009
Han pasado una cuantas lunas desde que vi la cigüeña por primera vez, esa cigüeña que, instalada en la torre de la iglesia, en la chopa de junto al «prao» de abajo o en la chopa de la pradera del barrio de arriba, junto al arroyo en frente a la parte de atrás de mi casa, (actualmente al otro lado del río, en El Cabo), se iba varias veces a Francia y no sé en qué lugar compraba o alquilaba niños que traía al pueblo y los repartía entre todas las familias.
¡Qué trajín el de la cigüeña! Qué ir y venir y repartir, y repetir reiteradamente en algunas casas (más de una docena en la casa de mi cuñado –el esposo de mi hermana mayor-, y por encima de la quincena en la casa de los novios de dos de las hijas de mi cuñado –el esposo de mi hermana mayor-).
Ante este movimiento de la cigüeña más de una vez nos preguntábamos cuál era el papel de los padres respecto a nosotros, los hijos. La cigüeña los traía ya listos.
¿Habría en mi pueblo mujeres embarazadas? Y si las había, ¿por qué tenían que recurrir a la cigüeña, para que un día cualquiera nos mandaran a los chicos a la casa de algún tío y luego cuando regresábamos encontrábamos un hermanito envuelto y amarrado totalmente con una «sábana» (tal vez para evitar que se volviera con la cigüeña), dejando al descubierto apenas una carita arrugada, carita que, a pesar de la cigüeña, tenía algún parecido con la familia de la madre o del padre, según el comentario proviniera de una u otra familia?
Y así aumentaban los niños en la familia y nosotros, a nuestros padres les decíamos «padre» y «madre», porque en el pueblo nadie tuvo, al menos en mi tiempo, que yo recuerde, papá. Quisiera recordar si esta palabra figuraba en nuestros registros lingüísticos.
Hace también algunos años, cuando yo me encontraba, como Dante al adentrarse en el inframundo del más allá, «A mitad del camino de la vida», me contó mi padre, más o menos con estas palabras, lo que todos considerábamos aun propio de los capitalinos:
Estuvo la vez pasada por aquí Julio, el de Santa Cruz de Boedo, ese que vive en la selva del Perú y hablando de aquí y de allá, en un momento nos dijo «que su papá…», ¡su «papá»!, como si nosotros no supiéramos de dónde es y quién es su familia, y también conocíamos a sus padres, como si fuera de capital. Qué se habrá creído.
Así era antes. En el pueblo, en mi pueblo, no había papá. Eso sí, todos teníamos padre y madre, s.e.u.o.
Otra particularidad de mi pueblo era que el padre no estaba considerado propiedad de ninguno de los hijos, y así, cuando hablábamos entre nosotros, los hermanos, para dirigirnos al autor de nuestros días, con permiso de la cigüeña, siempre decíamos: padre, y padre dice…, padre me dicho… y lo mismo valía para la madre; era «madre» la que decía y hacía; forma esta de hablar que, cuando llegué a Perú, me llamó mucho la atención comprobar y constatar que cuando un hermano hablaba con otro que también se consideraba producto del mismo autor, se refería al coautor de sus días como «mi papá», y el otro le respondía en los mismos términos: pues a mí ‘mi papá me dijo…’, y así se repartían al progenitor que pasaba de uno a otro como pelota de ping pong.
Dejando de lado esta minucia de «papá vs padre», celebremos este día y todos los días del año con la misma intensidad, que no haya un más y un menos ningún día del año. Y si no tenemos seguridad respecto a ese sufrido progenitor, sigamos pensando que la cigüeña sigue siendo una buena salida.
¿Y qué pasa en esta parte del mundo en la que no tenemos cigüeña?
Una respuesta a “Cuando en mi pueblo no había «papá»”
Salud
Una de las diferencias generacionales que aun se notan por aquellos lares es, justamente, la forma de llamar a los progenitores, las generaciones nuevas son, más bien, capitalinas en el lenguaje, mientras que las precedentes, las de los progenitores para muchos de nosotros, solo hay padres y cigüeñas, nada de papás, menos papis.
Feliz día para cigüeñas y papás.
Hasta luego 😉