Agosto II: Nuestra Señora y San Roque


Para nosotros los chiguitos, agosto, otra vez agosto (por esto el encabezamiento Agosto II), vestía de gala nuestras ilusiones y alegrías infantiles. En pleno agosto, el mes más fuerte de trabajo en el campo para nosotros, contábamos con cuatro días de fiesta (gracias, Iglesia: 15-16 y 24-25) en los que la era (el lugar de la trilla) oficialmente se hacía a un lado, con el agregado de lluvia que podía darnos uno o algún día más. ¿Qué más podíamos pedir?

Si bien las fiestas patronales de La Puebla (Nuestra Señora de las Nieves) y de Buenavista (Santos Justo y Pastor) también se celebran en agosto (5-6 y 6-7 respectivamente) no contaban con nuestra presencia, pues estas solo eran festivas en ambos pueblos, no tenían carácter nacional, lo cual sí ocurría con Nuestra Señora, el 15 de agosto, la fiesta patronal de Oteros de Boedo.

Para nosotros, los chiguitos, la fiesta de Oteros también era nuestra fiesta y vestíamos nuestras mejores galas, no muy mejores, pero sí como para diferenciarlas de los días laborables.

El día 15 era un festivo importante, importancia que para nosotros, los chiguitos, recibía un plus de celebración porque por la tarde iríamos a encontrarnos con los cuqueros en Oteros. Por la mañana íbamos a misa (tras los dos toques de las campanas, el primero para llamar y el segundo, media hora después, para entrar en la iglesia). Después de comer, los chiguitos quedábamos en el pozo (recodo manso y un poco más profundo que adornaba el río aquí y allá) del Prao Nuevo. Allí nos bañábamos, eso sí, tras haber hecho la digestión (rumores había sobre los peligros de bañarse sin haber hecho la digestión, incluso rumores de muerte). La pregunta era obligatoria: ¿Has hecho la digestión? Si no había respuesta afirmativa solucionábamos el asunto con un eructo (así como entre los árabes, ver película de Ben-Hur, agradecían la comida eructando, para nosotros el eructo era la señal de que el proceso digestivo había culminado y podíamos bañarnos sin peligro alguno, la digestión estaba asegurada). De aquí reiniciábamos la marcha, caminando, hacia Oteros, por la carretera. En este recorrido solo había un peligro: el paso del puente sobre el arroyo Bostal (casi un río), zona con un bosquecillo al lado derecho que podía albergar gitanos, húngaros o sacaúntos a la espera de atrapar algún chiguito. Para atravesar esta zona corríamos, sin mirar a los costados. El resto del recorrido ya no entrañaba peligro alguno.

Llegados a Oteros, nosotros a lo nuestro: los cuqueros. No había muchos, pero sí los suficientes como para dejar íntegro el capital con el que nos presentábamos, que podía ir desde una a tres pesetas (según la boyante disponibilidad del capital de nuestros padres, época esta en la que aún no había habido venta alguna de cereales; quizá un cabrito, un cordero, un ternero, un conejo o algún otro producto del campo daba para disponer de unas pesetas para esta fiesta y para San Bartolo, LA FIESTA). Nuestras compras se centraban en un pirulí, quizás unas galletas, unos cohetillos y poco más, así que la mayoría del tiempo lo empleábamos en ir de un cuquero a otro viendo los juguetes que no podíamos comprar. (Creo que de esto nació mi pasión por los escaparates, y así, cuando iba al hospital con mis hijos pequeños, el tiempo de espera les llevaba a ver los pasteles que había en escaparate, los mirábamos y nos retirábamos, felices de saber que había ricos productos que podían observarse sin gastar nada).

Hechas las visitas de rigor a los cuqueros y liberados de pesetas y céntimos regresábamos, antes de que se hiciera de noche, al pueblo, felices, con alguna de las cositas compradas y se las enseñábamos a los mozos con los que nos cruzábamos, pues esta era la hora en que ellos iban a Oteros, y ahí se cerraba nuestro día. Hasta el próximo año, Oteros.

Como al día siguiente era fiesta, San Roque1, nuestro regreso estaba bañado de tranquilidad. La mención a San Roque tenía especial significado ya que tenía asignada una misión de capital importancia para el pueblo. Las tormentas eran, son y serán un peligro permanente. Lluvias insistentes, granizadas incontroladas, crecidas inesperadas que amenazaban con tirar el puente viejo y reducir a escombros el barrio de abajo, eran propicias para sacar a San Roque a la intemperie y exponerle a la lluvia, al granizo y a las crecidas del río y el santo, por motivos que no alcanzamos a desentrañar (¿miedo al agua?, ¿temor al resfrío?, ¿simpatía por los pobladores?, ¿devolver el favor de permitirle vivir y pernoctar en la iglesia?) lograba que la lluvia y el granizo menguaran o que el río rebajara su nivel. Esta era la tarea de San Roque en mi pueblo. Esta inclinación o pasión de San Roque por las tormentas, parece que es exclusiva de mi pueblo, pues he investigado algunos documentos y en todos aparece como paladín contra las epidemias (¿las tormentas entran en este rubro?). En la simbología escultural del santo suele representársele, con el faldón levantado, enseñando muslo y pierna con una llaga (la escultura presenta dos variantes, pues en una se trata de la pierna izquierda y en otra, la pierna derecha), con un perro, sustituido en alguna escultura por un ángel, habiendo incluso alguna con ángel y perro juntos. El San Roque de mi pueblo (retablo del s XVII, el más antiguo de la iglesia) enseña la pierna izquierda y está acompañado por un perro, Melampo, sin rabo2, a un lado y un ángel al otro. Más no se puede pedir, tenemos al Santo completo.

Dado en Lima, el 14 de agosto del año 2018, la víspera de Ntra. Sra. de la Asunción, patrona también de Arequipa.

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Notas al pie:

1 Santo peregrino francés nacido a finales del siglo XIII o principios del XIV; las dos fechas tienen el aval de los eruditos.; ojalá se aclare pronto y se fije su fecha de nacimiento, pues la incertidumbre del caso crea mucha zozobra. Su tumba se encuentra en Venecia.

2 Entre las leyendas sobre la ausencia de rabo, quizás la más curiosa sea la de una epidemia (1885) en la que la gente acudió a una ermita de San Roque a solicitar su intercesión. Un santero preparaba un mejunje especial en el que, entre otros productos, agregaba raspaduras del rabo del perro. Este raspado terminó por dejar sin rabo al perro de San Roque.


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