¿Mi pueblo ya no es mi pueblo?


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No soy yo el más indicado para hablar de «mi pueblo», un pueblo que desde que lo dejé (allá por el año 1958) ha evolucionado vertiginosamente para presentar una imagen totalmente diferente a la que quedó en mi retina (pues en esa época no contábamos con máquina fotográfica, aunque sí la conocíamos, porque algunos hijos del pueblo, especialmente los frailes, sí tenían acceso a la misma y algunos recuerdos nos dejaron, lo cual probaré no tardando mucho).

¿Por qué mi pueblo ya no es mi pueblo? ¿Estoy hablando de otro pueblo? Quienes aun viven ahí tienen conciencia de que sí se trata del mismo pueblo, aunque sea muy diferente en todo: costumbres, trabajo, escuela…

Voy a hacer un somero recorrido, prácticamente enunciativo, de lo que era mi pueblo a mediados del siglo pasado en algunos aspectos que en ese entonces eran consustanciales a la identidad del pueblo, pero que con el paso del tiempo y la adaptación al avance tecnológico dejaron de ser tales, mientras que el pueblo sigue siendo el mismo, aunque ya no se parezca al que dejó de ser.

–Escuela: En esos años teníamos dos escuelas (una para chicos y otra para chicas), con sus respectivos maestros (maestro y maestra). Ambas instituciones han dejado «oficialmente» de operar por falta de niños; actualmente, los pocos que hay en edad escolar son llevados diariamente a centros urbanos que cobijan a niños casi solitarios de varios pueblos a la redonda.

–Animales: En general, un poco de acuerdo a la solvencia económica de cada labrador, en cada casa había dos vacas (para la labranza y de vez en cuando un ternerito); uno o dos chanchos que, criados durante casi un año, proporcionaban tocino, jamón, lomo, chorizo y algunos otros beneficios para el año siguiente; dos cabras, varias ovejas (para producir lana y algunos corderitos; gallinas y pollos (el huevo era uno de los elementos importantes de la alimentación); conejos (comida y pieles –a una o dos pesetas la piel–) y un gato, que era el que se encargaba de los ratones, además de las ratoneras.

–Tareas principales: abonar la tierra, arar, sembrar (centeno y trigo, principalmente, y avena y cebada, en menor escala; patatas –la vega, de regadío y un roturo alguna vez–; frejoles, garbanzos –para el año– y también alguna vez chochos), segar (las mieses y la hierba de los «praos»), acarrear, trillar, beldar, meter la paja para mullir la cuadra y el cubil, sacar y recoger las patatas. Estas eran las tareas principales y absorbentes del verano (todo lo relacionado con la cosecha de los granos), los meses de más calor y luego, ya en otoño , la sacadera de papas, ya con la presencia de lluvias. La matanza, la tarea más importante de finales de noviembre o principios de diciembre, tarea que reunía principalmente a la familia (los hombres para la matanza como tal y las mujeres para, entre otras tareas, limpiar las tripas –intestino delgado y grueso– para hacer el chorizo y las morcillas, tarea esta que se hacía en el río, en ocasiones teniendo que romper el hielo.

–Entretenimiento: los juegos grupales (algunos entre solteros y casados) solían darse los domingos después de misa: los más repetitivos eran la pelota (de frontón hacía una de las paredes laterales de la iglesia), los bolos (sobre tierra, junto a la pradera de arriba), la chana, el fútbol, la nita (los mozos, con tangos de hierro y se apostaba dinero, y los chicos, con tangos de goma, con apuestas de cartetas –las pastas de las cajas de cerillas–), el hoyo, el marro, el aro, el corro, la comba, las tabas, la gallina ciega, la brisca, el mus, el cabrero, el dominó, la pulga, el parchís, la oca…

–Religión: (Aquí solo voy a transcribir, sin comentario alguno, un párrafo de «Matracas, carracas y carracones» que escribí, hace algún tiempo, en «Ni el Hijo del Hombre lo sabe» sobre la omnipresencia de la Iglesia en la vida del pueblo):

¿Qué podía escapar a dicho control? ¿Quién se erigía en observador y juez de la sacrificada vida del campesino de «mi pueblo»?: las campanas (y en ocasiones, los campanillos). Las campanas eran vigía y punto de mira del labriego: nacimiento, muerte, matrimonio, primera comunión, confirmación, novenas, triduos, vía crucis, misas, rosarios, procesiones, permiso para trabajar los domingos en verano, incendios, riadas, tormentas, visita del obispo, cantamisas, vísperas de fiestas, toque de ánimas, el ángelus, etc.

–El río: el pueblo tenía en el río su supervivencia. Ahí bebíamos personas y animales, regábamos el huerto y las patatas y pescábamos también: peces, «gallegos», bogas, barbos, truchas y cangrejos (el río estaba prácticamente tapizado de cangrejos, pesca que hacíamos a mano –metiendo mano y brazo en las cuevas o debajo de las piedras–, con caña –con marugas de cebo, para los peces más pequeños y mariposas y grillos para la pesca mayor–, refolleta y reteles en el caso de los cangrejos –generalmente cebados con peces y ranas–).

Hay mucho más sobre este tema, pero de momento aquí lo dejo.

Y hoy día, ¿qué nos queda de todo lo anterior?: ¿Qué fue de los niños y la escuela? ¿Dónde quedaron los animales con los que convivíamos, trabajábamos y comíamos? ¿Cuántos de los juegos reseñados siguen en pie? ¿Quién toca las campanas y en qué situaciones? ¿Cuáles son los juegos que perduran? ¿Dónde se fueron los peces y los cangrejos?

«Mi pueblo» sigue ahí, con una historia que fue y otra que se sigue haciendo.


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